Nadie

Allá, alguien como yo
de lejos mira el fondo de un espejo,
no se mueve, solo observa con ojos de humo.
Calla en una habitación vacía,
sin una herida que pueda cerrarse
sin una silla donde caiga su silencio.
Solo un dolor que no para
de andar por el reflejo


Memorándum a las 10

Como si su sombra 
gimiera más fuerte que la mía 
y más lejos que la mía 
estuviera su plaza,
como si en su otoño 
fuera más agudo el viento
y en su agua se ahogara la pasión 
en voz muy baja.
Le dejo señora  esta carta, 
En este momento 
que son las 10 de la noche
usted estará en su alcoba 
frente a sus ventanas
tal vez trazando relieves 
en tercera dimensión 
y quizá  pudiera ver la luna 
inhalando nubes grises 
con su brillo entre la negrura. 
Acá ya no hay nada que amar 
ni que soñar;
la oficina me encadena
a operaciones binarias 
que me traicionan.
Esperé incluso un mensaje
Y sin embargo, aquellas palabras 
no se formaron. 
Esto sólo es una parte 
de lo que quiero decirle
mientras el gato como siempre
pasa por la cornisa 
y no me mira 
creo que me tiene lástima, 
él sabe que devengo un tiempo 
que se pierde en lo imposible.
Por eso me duele 
esta historia abortada
que se terminó antes de escribirse, 
no sabrá de abrazos, ni de fin de semana.
Pero si acaso algún día
al frente de su monitor entre sus bocetos
llegara a leer este texto, 
no notará los celos ni la ira
para quien fue hecho
Puta madre...! 

El alba devastada

Hay días para una taza humeante
para echarte de menos en lo alto de un texto,
para asombrarse de los espacios fríos con palabras que ya no abrigan,
para los diálogos que arden y a la vez congelan.
para los saludos sin manos que enmudecen y no sujetan nada
para ver lo que hemos sido mientras el café se enfría
para armar planetas que se desmoronan.


En soledad

 

Buscó un rincón lejano para esperar la muerte así
sin arrogancia ni velas que me sepulten.
Me sobra tu lástima y cualquier lágrima,
porque en 21 gramos de ausencia pà adelante
no hay recuerdo que mutile mi extenso todavía.
Porque ya no hay ánimo ni vino para esperarte.
Sólo un fuego que cuaja un cuervo moribundo y el lodo en mi boca
que ya no te nombra.

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Panorama

Todo comenzó un amanecer
junto a la ribera y se dispersó mar adentro.
Me recordaras cuando conozcas ese idioma salino, me recordaras en el sol de mediodía,

en cada gramo de arena y sal que se seca en la piel.
Recordaras el dibujo de la tarde sobre nosotros

con tus estrellas de mar y diez dedos de pulcras uñas,

con tus palmas suaves de frutos jugosos.
Me recordaras cuando veas la marea crecer puntual en la noche.


-Cómo te reías de nuestros pies agrandándose bajo la superficie-


Me recordaras cuando sientas la sal en la mirada y en la boca, como el sabor de algo que se ha perdido, y en tu aliento de lima-menta y agua de rosas morderás el mendrugo de pan que no has comido, será cuando llores vino tinto en el sábalo y olas altas.
Me recordaras al sentir la orina del sol esparcida en las horas que calcinan afectos en la oscuridad.
Me recordaras desde la hendidura de tu vida hasta mi muerte.
¿Será posible en tiempo que hemos existido?
Si al principio todo era agua, matemática pura y azul
Me recordaras en esa misma agua… 
en aquel panorama.


Cuervos

3771cd8da63a6a22f6ecd3fd301a5657Todos en el pueblo los rechazan. Se espantan. Dicen que hace mucho en el principio de los tiempos, tenían un plumaje muy colorido, era todo un espectáculo verlos volar y escuchar sus cantos. Esas alas negras relumbrantes, alguna vez fueron plumas nacaradas y a veces con las lluvias se volvían tornasol. El viento lo sabe y si no, el murmullo de las hojas y las ramas de los árboles se encargan en recordárselo. Porque ver sus ojos es como un augurio que no se puede interpretar; y sin embargo se puede ver mucho en ellos: ese acecho a las almas tristes para llevarse su llanto a graznidos, los huesos blanquecinos expuestos en caminos desolados y las llamas eternas dentro de las cuencas de una calavera. Por eso, cuando se anda por una calle solitaria y de pronto aparece un enorme cuervo negro, por instinto le rehúyen. Es un temor mirar sus ojos, es como invitar a bailar a la muerte sin principio y sin final.


Convocación de un lamento

Reunida la yerba de una voz que no es la mía
el eco que simula un lenguaje extinguido
para no llamarla
ningún silbido atrás de la negrura
ningún rumor de grillos guardianes disolviendo
su nombre en volutas de tiniebla,
algo falta es cierto
tal vez su brillo misterioso, o sus huellas
a través de la distancia.
Podría ir por la calle de hojarasca y
hundirse en los ramales del instinto
sin un aguacero que lave su tristeza
sin un rayo sordo que venga a rescatarla
sólo el gruñir de un lobo furtivo
o el ladrido del tiempo que se fuga
para no llamarla.
Veo el ánimo sepultado en la llanura
veo la intención suicida en la carencia
miro hasta que el parpado se enlame
hasta que el lodo permee por la garganta
para no llamarla,
aunque un murmullo escurra por los labios
a pesar de aquel grito anticipado
de aquella conmovida estática.
Ya no hay espectros en la brizna que le aíslen
ni gemidos sombríos que la custodien
solo el vacío hundido de la noche
aquel eco convenido de recuerdos.
He desgranado tres de mis centellas
he disuelto la luz de su nostalgia
he venido a disertar el despojo de este verso
esa duda que se aviva en la distancia
aquel eclipse de su nombre
que enmudeció en la tinta de esta pagina
para no llamarla.


Renuncia apagada

Si digo lumbre

se enciende un gesto

como un paréntesis

que apaga el destino.

Rompo metáforas

quemo un poema

para sofocar tu olvido.

Cuando sople un nuevo calendario

llegará otra luz saturada de arena,

habrá una pausa

como el eco de una ausencia que se exilia.

Si digo silencio

queda tu nombre prendido

como un fuego ciego que oscurece.


Testimonios de una cocina ávida de suicidios colectivos

Un filósofo y un científico cansados de que los juzgaran como locos, se encuentran al borde de una cacerola expuesta al fuego. El primero tiene en sus manos el libro antiguo de la sabiduría, el segundo realiza en su netbook, operaciones de mecánica cuántica mientras caminan por la orilla. Un Cucharón le apuesta cien pesos al Salero: “El filosofo se lanza primero” le dice. Aquel duda un poco pero finalmente saca su billete y lo pone en la mesa del comedor.
Unas tortillas y los frascos de especias lanzan unas sonoras carcajadas.
Como sabemos, en toda competencia hay una señal de inicio, en este caso le toca a la tetera hacerlo con su silbato. Entonces ambos se lanzan a correr alrededor, hasta que caen dentro del contenido hirviendo. Después de un tiempo considerable y como no salen, el Cucharón decide sumergirse en el fondo. Luego de unos largos minutos sale con la mirada extraviada. El Salero sorprendido lo escucha hablar acerca del existencialismo, del átomo y sus partículas elementales. Ve como se dirige a ocupar un lugar en aquella hilera de clavos empotrados y,  antes de ahorcarse con la corbata, asesina a los frascos y a las tortillas. El Salero mueve su tapadera negativamente se acerca a la mesa, satisfecho toma los doscientos pesos los guarda en su bolsillo junto a los polvos de Muscaria.


Hipodérmico

Después de que iniciaba un poema sentía que la vida se le escapaba y antes de llegar al final, cargaba otra vez el tintero en su brazo para comenzar de nuevo.